LAS CALLES DE MADRID. MANUEL JOSÉ QUINTANA (1772-1857) por María José Fernández
MANUEL QUINTANA, poeta madrileño
Es ya tópico que escritores y artistas no suelen encontrar la fama y la popularidad hasta después de muertos. Es entonces cuando las gentes comprenden el valor extraordinario de lo que tuvieron. Ciertamente que existen excepciones a esta regla y claramente llámase una Lope de Vega, pero ello no la hace menos verdadera.
Sin embargo, no es éste el caso de Quintana. Por el contrario, conoció la fama pronto. Gozó del reconocimiento de su valía poética. Pero lo que es aún más doloroso, sobrevivió a su fama y, pese al fulgurante destello de su solemne coronación como poeta, ya era más un pasado que una realidad presente. Tampoco las generaciones siguientes volvieron por su recuerdo y por su obra y hoy es un poeta olvidado que ofrece poco interés aun a los profesionales de la poesía. Para muchos resulta inexplicable la fama que en sus días alcanzó.
Quizá los ochenta y cinco años que vivió, en época de grandes transformaciones estéticas, justifique esta triste realidad que le tocó sufrir a este poeta madrileño que, en sus grandes momentos de triunfo, no pudo sospechar jamás el rumbo triste de su suerte.
Nació en 1772, estudió en Alcalá y Salamanca. Ya en 1808 era figura de primera magnitud y por ello fue el encargado de redactar proclamas y manifiestos por la Junta Central de Defensa, en la lucha contra los franceses. Él también fue el que, desde el Semanario Patriótico que dirigía y fundó, se encargó de mantener y levantar el espíritu de los españoles en esta lucha tremenda de la Independencia. Liberal siempre, fue senador, director de estudios, presidente del Consejo de instrucción Püblica, profesor y ayo de la reina Isabel II durante su minoridad. Los honores le llegaron también y no sólo del campo literario.
Precisamente la reina Isabel II fue la que más activamente contribuyó a su posterior momento de gloria. Ella alentó a los que pretendían organizar un gran acto solemne en honor del viejo poeta y quiso ella misma coronarle en el salón del Senado, en el año 1855. Pero aun esta misma apoteosis tiene extraños perfiles. Hace años que el poeta vive oscuro, pobre y olvidado, y en este resurgir momentáneo de su figura en el acto de coronación solemne nos parece, sin embargo, percibir el eco lejano de algunos que buscaron en la jornada más el propio lucimiento que el del anciano vate, que tuvo que pedir el dinero preciso para poder vestir un traje nuevo en aquella ocasión. Y que moriría sin haber podido pagar su deuda
Fue una apoteosis romántica. El gran salón del Senado. La Corte, uniformes y condecoraciones. La reina, manto y joyas. Los poetas, levita y fraques. Y versos, muchos versos de otros poetas más jóvenes, con su poesía, que ya era otra que la del que recibía el homenaje. Canto del cisne. murió en 1857.
Bibliografía: CIEN MADRILEÑOS ILUSTRES
María José Fernandez
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