Guerra acorazada en la Segunda Guerra mundial I Parte – José Antonio F Mayoralas y Eduardo Ordás

Mucho se ha escrito sobre este tema, tanto verdades a medias como realidades sobredimensionas. Sobre todo este conocimiento, más o menos divulgado, es preciso incidir en algunos datos e informaciones que explican, en mucho mejor medida, el tema en su conjunto. El diseño de carros, la industria acorazada, su doctrina de uso, sin olvidarnos del importante factor humano, cultural y político, nos llevan a plantearnos el tema desde el comienzo, dando una vuelta más a lo ya conocido.
La doctrina de la guerra acorazada moderna fue desarrollada y establecida durante la Segunda Guerra Mundial, en muchos casos usando los medios acorazados como un arma de apoyo a la infantería con el papel de penetrar las defensas enemigas. Una clave fundamental en la guerra convencional es la concentración de fuerza en un punto determinado. La concentración de fuerza incrementa las posibilidades de victoria en un enfrentamiento determinado. Correctamente escogido y explotado, la victoria en un enfrentamiento dado o en un pequeño número de enfrentamientos es a menudo suficiente para ganar la batalla.
Por ejemplo, visualiza una línea defensiva recta compuesta por dos divisiones de infantería y dos divisiones acorazadas, desplegadas de igual forma a lo largo de la línea. Un atacante numéricamente igualado puede ganar concentrando sus medios acorazados en un punto (con su infantería aguantando el resto de la línea), garantizando así el forzado de la línea, después atravesándola, volviéndose hacia los flancos de las dos mitades de la línea defensiva y después arrollándolas.
La línea defensiva podría intentar el contraataque, pero no es fuerte en ningún punto y aunque el ataque combinado de la infantería/medios acorazados de los defensores es más fuerte que un ataque de sólo infantería, no es mucho más fuerte (ya que las divisiones están extendidas a lo largo de toda la línea del frente) y así en general es mucho más fácil defender que atacar.
Un aspecto importante para todos los tipos de guerra es una fórmula muy simple, conocida como la Ley del Cuadrado de Lanchester, en la que el poder de combate de una unidad de combate relativo al poder relativo de combate de un enemigo de un determinado tamaño es el cuadrado del número de miembros de esa unidad:
Un tanque tiene obviamente el poder de combate de un tanque. (1² = 1)
Dos tanques tienen cuatro veces el poder relativo de combate de un solo tanque. (2² = 4)
Básicamente, una diferencia del doble en número de tanques cuadriplicará el poder de fuego relativo —relativo a la cantidad de poder de fuego que el enemigo tiene por miembro de la unidad amiga; también podría expresarse esto diciendo que su castigo relativo debido a la acción enemiga es reducido cuatro veces, que es lo mismo que decir— no solo se dobla su propio número absoluto, sino que el número de tanques enemigos relativo a cada uno de los suyos, también se reduce por la mitad.
Así, concentrando dos divisiones en un punto y atacándolo genera una fuerza mucho más grande de lo que se consigue extendiendo dos divisiones en una línea y atacando hacia adelante en un frente ancho.
La concentración de fuerza requiere movilidad (para permitir una rápida concentración) y poder de fuego (para ser efectivo en el combate una vez que se ha concentrado). El tanque incorpora estas dos propiedades y se convierte así en el arma primaria.
Antes de la Segunda Guerra Mundial, la caballería montada a caballo realizaba la tarea que hoy en día realiza el tanque: rompiendo el frente o rodeando al enemigo y atacándolo por la retaguardia. En todos los ejércitos hubo una gran resistencia contra la introducción del tanque (debido al subsiguiente reemplazo del caballo), en particular porque las unidades de caballería estaban consideradas como unidades de élite y tenían una gran influencia dentro del ejército.