BIOGRAFÍAS. Aurora Rodríguez: Pigmalión desbocada por Mercedes Peces Ayuso
Aurora Rodríguez nace en El Ferrol, 23 de abril de 1879 y fallece en Ciempozuelos, 28 de diciembre de 1955
Teórica del feminismo de los años 30. Militante del PSOE desde 1928 aunque terminará mal con el partido. Reformadora social y sexual. Mente brillante pero retorcida.
Todo iba viento en popa, tal y como había planeado. Aurora se quedó embarazada, echó al padre de su lado y sola, como había querido estar siempre, sin presencia masculina alguna, se marchó a Madrid. Allí, en la capital, el 9 a las 21.25 h (otras fuentes dicen que fue el 8 de diciembre) de 1914 vino al mundo Hildegart en un parto fácil en casa con comadrona. Aurora dio a luz, tal y como ansiaba, a una niña. Desde el primer momento se volcó en su desarrollo físico y mental. El cultivo de su mente se convierte para Aurora en una obsesión. Había nacido una niña cuya vida será escrita por la mano fría y calculadora de su madre, que no dejó nada a la improvisación. Ni siquiera el embarazo. En una época sin controles médicos sometió su cuerpo a una dieta y disciplina rigurosas, todo perfectamente calculado para preparar al feto lo mejor posible. Llamó a su hija Hildegart que no significa jardín de sabiduría, como se viene diciendo, sino la que viene protegida para la batalla, del antiguo alto alemán Hiltja (batalla, lucha) y Gard (protección).
Pero como preveía problemas la inscribió en el registro civil a los dieciséis meses de vida como Hildegart Leocadia Georgina Hermenegilda María del Pilar. Siempre la llamó Hildegart. Y Carmen la prensa republicana. Jamás la besó. No dejó que otras personas le hablaran ni la tocaran hasta los quince años. La crió sola, educándola en casa, e hizo de ella una niña prodigio, un auténtico genio. Siempre a su sombra. Siempre vigilante. Siempre su acicate. Pero el 9 de junio de 1934 algo se torció. Aurora piensa que tiene que actuar. «Casarla sería tanto como sacrificar la misión para la que ha venido a la Tierra», llegó a decir. Los hombres, las amistades, las cartas pueden echar al traste su plan mesiánico. Piensa que hay una conspiración internacional para arrebatarle a su hija. Habla con ella y le exige abandonar su proyecto amoroso e incluso su brillante carrera. Hildegart no le hace caso. Aurora está desolada. Quiere morirse. Siente que su sueño se esfuma. La humanidad no podrá ser salvada por la hija redentora.
Y la mata descerrajándole cuatro tiros. Tras su proceso, ofreció la siguiente explicación al filicidio: «Dentro de las normas espirituales al uso, considero lógica la sentencia. Lo que más celebro de ella es que se me haya reconocido la lucidez, la responsabilidad de mis actos. Yo no soy ni esa mujer perversa y desnaturalizada de la que hablaba el fiscal, ni esa paranoica a la se refirió el defensor. Me considero, al modo de Taine, un espíritu superior, no tanto por mi grandeza intrínseca y positiva, como por la pequeñez y ruindad de los seres que me rodean»[1].
Aurora Rodríguez Carballeira siempre vio a su hija como su obra. La concibió como el «mesías» que salvaría a la humanidad de todos sus pecados y, sobre todo, a las mujeres, sometidas al yugo de los hombres a una educación y religión represivas. Esta ferrolana, nacida en el seno de una familia gallega acomodada, era socialista, liberal y atea; lo que se dice una adelantada a su tiempo. La imagen de infancia que se le quedó grabada con más fuerza tenía por protagonista la infelicidad de sus padres, de lo cual culpaba a su madre que llegó a compartir amante con su otra hermana Pepita, a quien consideraba perversa y lasciva, mientras que al único varón, Francisco, lo tachaba de cobarde y abúlico. Así las cosas, se fue convirtiendo en una persona introvertida y reflexiva que disfrazaba su carácter con una máscara de violencia y rebeldía: llegó a alardear de no haber sido nunca doblegada por nadie, ni con halagos ni con castigos. En el colegio recibió una educación básica e incompleta: aprendió a leer, un poco de aritmética, algo de geografía e historia y la parte inevitable para toda jovencita de aquel tiempo: coser, bordar y tocar el piano. Pero a los catorce años, sola en casa por la muerte de su madre y la ausencia de sus hermanos, pudo disfrutar a sus anchas de la biblioteca del padre, el único a quien quiere y respeta. Siempre a su lado en las conversaciones con sus amigos en el despacho, oye hablar de masonería, pues tanto su padre como su abuelo habían sido masones y progresistas, perseguidos por sus ideas y por su implicación en La Gloriosa. Aprende sola a leer y escribir solfeo y a tocar el piano, la guitarra y el acordeón. Se alimenta de lecturas compulsivas y desordenadas. Entre las obras que cayeron en sus manos se encontraban las de los socialistas utópicos: Saint Simon, Owen y Fourier, que devoró sin preparación previa alguna. Uno de sus sueños de infancia fue crear un falansterio como el que preconizaba Fourier, una comunidad rural autosuficiente que se alzara como la base de la transformación social. Nunca creó el tal falansterio, aunque lo intentó, pero no abandonó la idea. En cambio, alumbró el proyecto de tener una hija que pusiera fin al modelo de mujer sin horizontes predominante en aquellos convulsos años, que fuera la encarnación de la austeridad que predica en todos los campos y el prototipo de la eugenesia nietzscheriana en auge (y con tan peligrosas consecuencias en la Alemania nazi).
Cuando Aurora tenía 15 años, hubo un suceso extraordinario en el ámbito familiar que sería determinante para este plan de futuro ideado por ella. Su hermana Pepita tuvo un hijo de soltera, al que dejó en la casa familiar antes de marcharse a Madrid para (re)hacer su vida. La joven Aurora se hizo cargo del niño con fervor. Y él se convirtió en su primer intento de modelar un ser humano con éxito, pues a los pocos meses, el sobrino tocaba con soltura el piano, e incluso llegó a superar a su tía y maestra.
Con el tiempo, José Rodríguez Carballeira llegaría a ser el célebre Pepito Arriola, niño prodigio que entusiasmó al mundo a principios de siglo, célebremente conocido como el «Mozart español».
La aparición, con su ayuda, de aquel genio, le hizo albergar la idea de tener un hijo propio; mejor dicho, una hija que abanderara su gran reforma. El proyecto devino imparable cuando la madre reclamó y apartó a Pepito de su lado. Entonces Aurora decidió parir una hija de su carne y de su espíritu, cuya misión sería cambiar el papel de la mujer en el mundo, así como la idea que aquélla tenía de las mujeres en general, que no era nada buena. La concebiría sin amor, pasión ni placer, con la colaboración necesaria de un hombre que se aviniera a sus reglas. De esta forma pasó varios años en busca de un candidato que se ajustara al patrón: sano, inteligente, sin prejuicios; que comprendiera la importancia del proyecto y que no reclamara la paternidad, como sucedió con Pepito. Llegó hasta tal punto que incluso puso un anuncio en el periódico regional, con el consiguiente disgusto familiar. Así fue como un día, libre y con 35 años, habiendo heredado la fortuna suficiente tras la muerte de su padre, asomó a su puerta un marino mercante y sacerdote, alto y fuerte, que había regresado de un largo periplo por Suramérica. Aparentemente reunía las características exigidas, y gozaba de un verbo envolvente que la convenció. El elegido se mostró abierto, simpático y culto. Asimismo, daba la impresión de estar seducido por la «gran idea» de dar vida a un ser superior. Años después, Aurora descubriría que aquel hombre era solo un embaucador y le haría responsable de su tragedia, diría que su hija tenía el alma perversa y podrida del padre. Pero por aquél entonces este y Aurora tuvieron tres encuentros amorosos en una casita a las afueras de El Ferrol, en intervalos de 2 – 3 días que ella relataría sin el menor romanticismo y con gran frialdad. Cuando estuvo segura de haber quedado embarazada se separó del supuesto sacerdote castrense y de sus parientes y se trasladó sola a Madrid. Era la primavera de 1914, y se estableció plácidamente en un hotelito de la calle del Pilar, en el barrio de La Guindalera.
Inicialmente,
el «experimento» cumplió las expectativas de Aurora y la combativa Hildegart,
niña prodigio de la Segunda República, se convirtió en una intelectual de
categoría internacional hasta que la libertad en la que fue educada la llevó a
un profundo compromiso político y a intentar desligarse de su madre. En esos
momentos esta, inspirada por la locura (una supuesta conspiración para arruinar
su «escultura de carne») y el miedo a perder a su hija, decidió matar esa misma
independencia que había dado sentido a toda su vida.
La madrugada del 9 de junio de 1933, en el ático de la calle Galileo n.º 51 donde viven desde hace 11 años, Aurora entra en la habitación de su hija profundamente dormida. Aurora lleva un arma. Está dispuesta a acabar con todo. Dispara. Cuatro tiros en total: dos en la sien, otro en el corazón y el último en el pecho. A quemarropa. Ha hecho lo que quería: «Suprimir una obra sublime con un acto sublime, ya que cualquier madre es capaz de parir, pero no de matar a sus hijos. La facultad de dar la vida lleva implícita la de quitarla, pero requiere gran valor», deja escrito a los pies del cadáver. Ha matado el cuerpo, pero ha preservado el alma de su hija. Nunca se arrepintió de su asesinato y repetía que volvería a hacerlo. De su inspiración mesiánica se mostrará convencida hasta el final de sus días.
SIN CULPA NI
ARREPENTIMIENTO
Cuando le preguntaron a Aurora por qué lo había hecho, respondió de manera inconexa: «Porque era tan hermosa». Ya durante la fase pericial del juicio la inculpada admitió, entre episodios de verborrea, arrebato místico y ofuscación, haber matado a su hija con premeditación, contradiciéndose en varias ocasiones y diciendo que ella misma había pedido ser mártir en nombre de la causa que las dos representaban. En el juicio llegó a declarar que la muerte se había producido de común acuerdo. Dice que la mató para librarla del mal, para restablecer el orden de la vida, la vuelta de su alma a su plasma materno, parte de él. No hay muerte, hay restablecimiento, eran una misma alma separada en dos cuerpos que han vuelto a unirse, pues Hildegart era parte indisoluble de su obra.
La condenaron a 26 años, ocho meses y un día de prisión[2]. A los dos años desapareció de la cárcel de Ventas. Todo el mundo pensó que se había fugado o había sido excarcelada en medio del alboroto político y social de 1936. Pero no fue así. La prisión de Aurora Rodríguez Carballeira fue el hospital psiquiátrico de Ciempozuelos. Hasta que se dio con su historial médico en 1977, se tenía la creencia de que había desaparecido durante la guerra, pero realmente murió de cáncer en esa institución el 28 de diciembre de 1955 y fue enterrada en una fosa común. Pasará sus últimos veintiún años en el manicomio, donde en sus delirios se hace llamar Ara Saiz (Ara= piedra sacrificial, Saiz = diosa de la verdad) su antiguo nombre simbólico masónico hasta que la expulsaron de la logia femenina de adopción Amor, bajo los auspicios de la logia Mantua de la GLE, al oriente de Madrid.
Los intentos de los psiquiatras franquistas (como Antonio
Vallejo Nájera Lobón director del Manicomio de Ciempozuelos, con quien por
cierto comparte teoría eugenésica) de reducir la personalidad de Aurora y su crimen a una
patología mental de «delirios reivindicativos paranoides» decidieron su
encierro de por vida. El hecho es que nadie
se puso de acuerdo acerca de la salud mental de la asesina y la Amnistía
General del 36 no la favoreció. Poco antes ya había sido trasladada a
Ciempozuelos, donde, en el trascurso de los años, abandona su deseo de reformar
a las reclusas y la sociedad y se va cerrando cada vez más en sí misma,
negándose a mantener trato con nadie más que con un gato al que cuida
amorosamente, convencida de que se trataba de la reencarnación de Hildegart[3]. A partir de 1944 se va hundiendo y
entra en depresiones, no habla, no lee (1948), engorda muchísimo y termina
falleciendo de cáncer rectal el 28 de diciembre de 1955[4].
[1] Cf. Rendueles, Guillermo (1989) El manuscrito encontrado en Ciempozuelos. Análisis de la historia clínica de Aurora Rodríguez, Casa del Libro, Madrid, Ed. Endymion).
[2] Sumario por la muerte de Hildegart https://elpais.com/elpais/2020/01/31/album/1580481773_545674.html#foto_gal_2
[3] http://www.elfloridobyte.com/alquitara/1467/medea-mesianica.
[4] https://sites.google.com/site/jldiasahun2/losreformadoresdelirantes.casocl%C3%ADnicodea
Mercedes Peces Ayuso
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