UN 4 DE ENERO, por Marta Embid
Era un 4 de Enero y llovía en Madrid… y no dejaría de hacerlo durante todo el fin de semana, algo que empezaba a ser habitual durante sus últimos viajes a la capital.
Esperaba en la estación de Atocha, ese momento le recordó a alguna escena de una película romántica, donde la chica espera… Los nervios estaban a flor de piel, aunque no era del todo consciente de ello…estar como flotando encima de una nube, esa es la sensación que le invadía.
Una inmensa alegría sintió al ver a su amiga, que con su mano había tocado su espalda para que se diese cuenta que la tenía justo detrás, acudiendo a la cita a la hora prevista. Se dieron uno de esos abrazos prolongados en el tiempo, sinceros, que con muy pocas cosas están comparados.
Ella había sido la principal artífice de su desplazamiento desde Barcelona.
Se introdujeron en el coche rápidamente, ya que la circulación en el centro de Madrid suele ser un hervidero imponente de vehículos…. varios amigos esperaban dentro… aquello ya era una realidad.
Unas semanas antes, aunque ya venía de lejos, le había dicho:
– Ven a Madrid, y nos das una charla sobre los misterios de tu pueblo.
Había sido invitada por Divulgadores del Misterio para dar una charla, en sus ya míticas charlas en el bar, la fecha, el 4 de enero, el motivo, intentar desgranar los misterios que envuelven el pueblo de Huertapelayo.
De nuevo amaneció lloviendo, se habían acostado tarde compartiendo, risas, y conversaciones con amigos hasta altas horas de la madrugada, pero ella, no podía quitarse de la cabeza el motivo principal de su viaje, su charla.
Llegado el momento, miles de preguntas le venían a la cabeza, era ajena a hablar en púbico, a pesar de que cada semana su trabajo consistía en ponerse ante los micrófonos de la radio para divulgar todos estos temas… horas de radio, de entrevistas realizadas… pero esto era nuevo, un reto, un momento que sin duda no iba a olvidar.
Abrió la puerta que la introduciría dentro del local, todo transcurría como a cámara lenta, la hora señalada había llegado, al echar un vistazo dentro, un grupo numeroso de personas la esperaba, habían querido acompañarla en ese momento casi crucial de su vida, besos, abrazos, saludos cariñosos de todos ellos, lo que a ella le pareció maravilloso y se sintió inmensamente agradecida.
Buscaba la mirada cómplice de su amiga, le hacía tranquilizarse, y a la vez no hacían falta las palabras, pues se entendían con las miradas.
Y ahí estaba ante una treintena de personas, escuchándola, atentas, a cada palabra que pronunciaba… entonces fue consciente de los nervios, pero a la vez de una emoción difícil de describir.
Transcurrieron los minutos, y los nervios fueron disipándose, hasta acabar desapareciendo por completo. Y realmente fue cuando empezó a disfrutar de lo que hacía, de lo que sentía, y de esa pasión innata que le recordó que aquello era para lo que había nacido.
Se sintió arropada, feliz y bien acompañada, por profesionales del sector, por sus amigos, y por aquella amiga, que le daba todo su apoyo y amor, y había conseguido que ese fin de semana se convirtiese en uno de los más especiales e inolvidables de su vida.
Querido amigos, esto puede sonar novelesco… el inicio de un libro, de una historia cualquiera, pero a veces la realidad supera a la ficción, y esto, es real tan real que me sucedió, siendo la protagonista de una tarde fría y lluviosa de un mes de enero del año 2014.
Gracias a María José Fernández, Fede, Manuel Berrocal, Juan Ignacio Cuesta, David Cuevas, David Sentinella, y a todos aquellos que estuvieron conmigo en aquella charla organizada por Divulgadores del Misterio.
Marta Embid.
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