LLUVIAS EXTRAÑAS EN ESPAÑA por José Manuel Frías
Las lluvias insólitas han estado presentes en las crónicas desde que la escritura existe, convirtiéndose en uno de los fenómenos meteorológicos más sorprendentes y extraordinarios. Se podrían definir como chaparrones, normalmente acompañados de agua común, de animales u otros elementos que, en base a la lógica, no deberían caer del cielo. Pero por muy atípicas que puedan parecernos este tipo de lloviznas, se han producido sistemáticamente en casi todos los países del mundo y en diferentes épocas desde la más remota antigüedad.
Dentro de la enorme variedad de precipitaciones misteriosas, podríamos realizar la siguiente catalogación. Por una parte están las lluvias orgánicas, entre las cuales destacan como más frecuentes aquellas en las que descienden del cielo animales, casi siempre vivos: peces, ranas, gusanos, lagartijas, serpientes, cangrejos, arañas, sapos, caracoles, mejillones, hormigas, escarabajos, gusanos, ratones, pájaros, y muchos otros seres que describiremos más adelante. A su vez, no es infrecuente ver chubascos de otros materiales orgánicos como carne, sangre, residuos parecidos a la tela de araña o a esa materia fibrosa conocida como “cabello de ángel”, o incluso elementos vegetales como judías, guisantes, frutas y algodón.
Igual de sorprendentes resultan los aguaceros de objetos inorgánicos, entre los que se cuentan curiosas piezas metálicas, piedras, arena, lodo excesivamente espeso, hielos de enorme tamaño y peso, así como enigmáticas cruces de madera pulida. También, el agua procedente de estas lloviznas aparece en ocasiones teñida de diversos colores, casi siempre rojo, negro o amarillo.
Normalmente, este asombroso fenómeno suele manifestarse en épocas de grandes lluvias o en mitad de una fuerte tormenta. Por ello, en el caso de los chaparrones animales, a veces éstos caen de forma tan violenta que mueren destrozados en el suelo. Pero no siempre es así, sobre todo en el caso de los peces y las ranas, que habitualmente sobreviven al impacto, lo que nos hace pensar por otro lado, que entre el momento del “despegue” y del “aterrizaje” hay un corto espacio de tiempo, ya que de otro modo los peces morirían por la falta de oxigeno.
Es importante resaltar que se han dado numerosos casos de animales, en su mayoría ranas, que han descendido del cielo dentro de enormes fragmentos de hielo, completamente congeladas, señal de que han estado expuestas a grandes alturas donde la temperatura es inferior a 0º. El impacto de estos hielos ha provocado a veces incómodos accidentes, como la muerte de alguna cabeza de ganado, el destrozo de viviendas, o la rotura parcial de algún vehículo.
En definitiva, este tipo de fenómenos meteorológicos ha dado lugar a diversas interpretaciones, teorías y leyendas. Mientras en el pasado los habitantes de las poblaciones afectadas lo consideraban un castigo divino, debido a la perversión del ser humano, en la actualidad los especialistas apuntan a teorías más lógicas y racionales. Aunque, siendo sinceros, aun no existe un consenso, y muchos de estos fenómenos permanecen todavía sin explicación.
EFEMÉRIDES ESPAÑOLAS
Nuestro país no ha sido ajeno a las lluvias insólitas, lo que queda palpable a través de diversos casos que han sembrado el desconcierto entre los moradores de aquellas provincias donde se produjo lo imposible. Difícil es localizar una región donde no existan recuerdos y testimonios relacionados con esos extraños elementos caídos del cielo, aunque bien es cierto que la mayor parte de ellos no han salido a la luz pública, reposando en la memoria popular de los más ancianos hasta que finalmente terminen cayendo irremediablemente al pozo del olvido. Ello ha dado lugar al nacimiento de leyendas difícilmente contrastables, peor aun cuanto más atrasemos el calendario, como es el caso de las supuestas lluvias de codornices que entre los años 1880 y 1890 tuvieron lugar presuntamente en las comunidades de Navarra y Valencia.
En épocas más recientes, aunque también es difícil localizar testigos presénciales, encontramos el caso de la lluvia de sapos en algunos pueblos de Badajoz allá por el año 1944, concretamente en San Vicente de Alcántara. Cuentan que una tormenta repentina cubrió el cielo de nubes negras, que al instante descargaron agua y granizo por toda la localidad. Pero lo curioso vino después, cuando los lugareños salieron a la calle cuando el temporal amainó y encontraron el suelo repleto de pequeños batracios.
A mediados de mayo de 1954, algo similar vino a suceder en el pueblo gaditano de Sanlúcar de Barrameda. El padre Juan Francisco López, director del Instituto Eclesiástico Diocesano Nuestra Señora de los Reyes, narraba a MAS ALLA lo sucedido: “Por aquel entonces yo era alumno de este centro que hoy día dirijo, y recuerdo perfectamente aquella tromba de agua y ranas que cayó sobre el colegio y la zona de cultivo conocida como Monte Algaide. Varias decenas de alumnos fuimos testigos de esta singular lluvia”. Poco más de una década después, concretamente en el año 1966, una lluvia de sapos pequeños sembró el desconcierto entre los habitantes de la vecina Málaga. Tanto esa tarde como al día siguiente, los niños disfrutaron jugando con tan simpáticos animales.
Más mediático fue el aguacero que asombró a los habitantes de la localidad Frías de Albarracín, en Teruel, en el año 1988. Todavía, algunos reporteros del Heraldo de Aragón y del Diario de Teruel recuerdan la historia. De nuevo, como nos explicó el alcalde Benito Lacasa, los batracios fueron los protagonistas: “Aquella lluvia afectó a todo el pueblo. Recuerdo que no solo cayeron ranitas pequeñas, casi renacuajos, sino que aquella extraña tromba estaba acompañada de granizo. Nos hicimos mil preguntas sobre el origen de una lluvia así”.
Al año siguiente, algo asombroso ocurrió en el onubense pueblo de Hinojos. El investigador andaluz José Manuel Vela se hizo eco de un extravagante caso de lluvia de caracoles, entrevistando incluso a dos familias que habían sido testigos del suceso, aunque por motivos personales prefieren permanecer en el anonimato. Ambas familias decidieron visitar una noche la feria de Sevilla, a tan solo 35 kilómetros de Hinojos. Los dos coches se encontraban circulando por una carretera, a tres kilómetros de su pueblo, que enlazaba con la de Chucena, cuando les sorprendió un repentino aguacero. Por razones de visibilidad anularon el viaje y pararon para cenar en un restaurante. Al terminar la comida, a eso de las doce y media de la noche, emprendieron el regreso a Hinojos, a pesar de que seguía lloviendo violentamente. Nada más montarse en los coches notaron unos golpes contra el cristal delantero, lo que achacaron a un inexistente granizo. Pero al observar montones de fragmentos de cáscaras de caracoles en el limpiaparabrisas, decidieron detenerse para ver qué estaba sucediendo. Por la carretera y el campo, hasta donde permitía la visión de los faros, se veían miles de caracoles de todos los tamaños, algunos vivos y otros reventados por el golpe. Ambas familias fueron testigos de cómo esos caracoles caían directamente del cielo y se estampaban contra el asfalto.
EL MANÁ QUE CAYÓ DEL CIELO
Contrariamente a los casos anteriormente expuestos, existen otros bien documentados que nos muestran una realidad indiscutible, donde el nombre de diferentes testigos saltan a la palestra. Quizá el más antiguo de todos sea el descubierto por el catedrático de la Universidad de Sevilla Gabriel Sánchez de la Cuesta, quien poseyó unas obras literarias de mediados del siglo XVIII de incalculable valor, y en las que se narra que en dos ocasiones, cayó maná del cielo en tierras españolas.
La primera publicación fue escrita por el doctor Francisco Alonso Esteban y Lecha, miembro de la Real Academia Médica Matritense, y médico de las villas de Fontiveros, San Estevan del Valle, y Monteltran. El libro fue impreso en Salamanca en el año 1752 y nos narra un fenómeno que se manifiesta el 24 de Agosto de 1751 en Ávila, y que se reitera casi a diario hasta finales de octubre. “El rocío cuajado o sustancia melosa apareció muy seco, de suerte que se pudo coger hasta casi todo octubre, en cuyo mes llovió algo y desapareció”, narraba Francisco Alonso.
Aunque en aquel entonces el botánico Juan Minuart, enviado desde Madrid, defendió la tesis de que todo pudiera haberse debido a una exudación vegetal, el propio Francisco Alonso demostró lo contrario, ya que según comentaba, de los vegetales no salía sino “un licor medio dulce, flexible, muy ajeno de ser maná como el que se cogió en dicho año de 1751”.
La otra obra procedente de la biblioteca personal de Gabriel Sánchez, fue escrita por un monje jerónimo del monasterio de San Isidoro, ubicado en la villa sevillana de Santiponce, llamado Juan de San Joseph, y publicada en su ciudad natal a principios de 1765. Este sabio monje, perito en Física, nos habla de una extraña polución blanca que tuvo lugar la noche del 1 de Noviembre de 1764, en la frontera extremeña de Andalucía, en plena sierra de las Cumbres. “Cayó en la villa de Cumbres Mayores una especie de nieve, que causó mucha novedad, porque no se deshizo, como regularmente sucede, sino que enjugándose, permaneció la tierra blanca, y lo mismo los árboles y piedras, quedándoles pegada una especie de azúcar, que aplicado a la lengua se percibe dulce”, contaba el fraile en su libro.
Lo que más indignó a los escépticos de aquel entonces, era la enorme extensión de esta extraña lluvia de maná. Poco después de la publicación del trabajo de Juan de San Joseph, nuevos testimonios se sumaron a la causa. El médico de Cumbres, Joaquín José Gil comentó que la extraña nevada había sido prolífica en muchos lugares de la periferia, “más abundante en la dehesa que llaman de abajo, pero universal a toda suerte de territorio, no solo donde había plantas y monte, sino también sobre los yelmos y campos rasos”.
El propio fraile publicó poco después otro caso vivido por un religioso del lugar. Decía así: “Persona de la más delicada formalidad y exquisita lección como es fray Manuel de Fontadilla, hallándose el día de la nevada en su pueblo natal Manzanilla, observó al amanecer una gran niebla, y con ella blanqueaban todos los tejados que alcanzaban a su vista. Salió a un descubierto donde estaba una hacina de leña y la vio toda blanca, y llena de la misma nieve. La tocó y cogió, y habiéndola gustado de un dulce exquisito, repitió el cogerla y gustarla muchas veces”. Al parecer, esta rociada de maná se manifestó en los cercanos pueblos de Cerro de Andévalo, Calañas, Puebla de Guzmán, Alonso y Sanlucar la Mayor.
LOS OVNIS QUE TRAJERON SAPOS
Damos un salto de doscientos años en la historia, para vivir de cerca experiencias contemporáneas donde encontramos testimonios de personas que aun viven y que nos las narran con autentica emoción, apenas velada por el paso del tiempo. El primero de los casos se dio en el pueblo cacereño de Alcántara, aunque se manifestó en dos grandes oleadas, en los años 30 y 70.
La bibliotecaria y experta en historia local Juana Santana Díaz puso en conocimiento de MAS ALLA algunas de las vivencias que había recapitulado sobre la oleada ocurrida entre los años 1932 y 1940. Todo comienza en el año 1932 con un curioso fenómeno en los cielos de la localidad, del que todavía quedan testigos que lo recuerdan. Desde la zona de la plaza y en dirección Norte, se pudo contemplar dos grandes nubes con un color dorado muy peculiar, y entre ellas comenzó a formarse un remolino horizontal. Tras girar durante algunos minutos, el remolino fue tomando la apariencia de una “viga de madera” con forma de puro.
Más de media hora después, las nubes doradas y el remolino desaparecieron al ser tapadas por nubes comunes de tormenta. La lluvia cayó fuerte sobre el pueblo y los alrededores, y rápidamente se dieron cuenta de que miles de sapos estaban descendiendo del firmamento y correteando alegres por el suelo. El mayor número de batracios fue encontrado en la carretera que une Alcántara con Cáceres, y en la Corredera, hoy convertida en plaza principal. La gente no ha olvidado cómo al día siguiente, los carros de los campesinos iban destripando ranitas a su paso, ya que era prácticamente imposible esquivarlos.
Entre 1932 y 1940 se repitió el mismo espectáculo al menos en otras dos ocasiones, llenando el pueblo y el campo de sapitos, aunque a veces parecían caer del cielo ranas grandes, langostas y mosquitos que expelían un olor nauseabundo.
No sería hasta el año 1970 cuando los curiosos fenómenos volverían a asombrar a los habitantes de la localidad cacereña, igualmente precedidos de sucesos aéreos inexplicables. El cronista local Fernando Tostado, experto en la historia del pueblo y testigo de excepción, nos narraba así algunos de sus recuerdos: “Todo comenzó cuando yo trabajaba como guarda en el embalse. Una noche estaba tumbado mirando el cielo y vi una estrella de gran tamaño que iba corriendo de un lado a otro. En un primer momento pensé que se trataba de un satélite, pero pronto me di cuenta que su color amarillento y los movimientos en zig-zag no eran propios de uno de esos aparatos. Aquello se repitió durante tres días seguidos”.
Pocos días después, el propio Fernando caminaba junto a dos vecinos por la sierra, de camino a casa. Era una noche sin luna, por lo que fue fácil advertir en la oscuridad un objeto redondo y verde, del tamaño de una pelota de tenis, flotando en el aire en un zona sin árboles. Aquella bola, que no producía destellos aunque tenía un color muy vivo, comenzó a hacer quebradas en el aire. Fue en ese momento cuando los tres hombres advirtieron por detrás de ella dos columnas de humo que se elevaban desde el suelo. De pronto, la pelota comenzó a expeler unas pequeñas partículas verdosas, y en pocos segundos aquel espectáculo se desvaneció en el aire.
Por si fuera poco, algunos testigos afirman que días después de aquel suceso, se pudieron apreciar en el cielo una serie de luces que avanzaban una detrás de otra, como si fuera un misterioso tren que surcara el firmamento. Lo realmente estremecedor, es que este tipo de fenómenos que podríamos catalogar como avistamientos OVNIs, fueron el precedente de unas curiosas lluvias, como antes afirmábamos, de mosquitos, langostas y enormes sapos, en mitad de grandes tormentas.
HUMANOIDES Y LLUVIA DE PIEDRAS
Cuando a mediados del año 1986, Francisco Javier Calvente, funcionario del Ayuntamiento de Ronda, en Málaga, decidió comprobar por si mismo un extraño fenómeno del que mucha gente le había hablado, nunca se hubiera imaginado que se tropezaría realmente con algo que le dejaría marcado de por vida. Así que acudió una noche de verano a la vereda que circunda el cerro de San Nicasio, a pocos metros de la plaza o explanada del Manco, en el popular barrio de San Francisco. Y ocurrió lo imposible. De pronto desapareció todo atisbo de sonido, como si hubiera quedado sordo, y un tremendo frió en pleno Agosto se apoderó de su cuerpo. A los pocos segundos escuchó algo así como el sonido zumbante de miles de avispas, pero descubrió que no eran tales insectos, sino una violenta lluvia de piedras que caían verticalmente a una velocidad endiablada. Aunque por el miedo quedó paralizado, comprobó que ninguno de esos bólidos impactaba sobre él, a pesar de contarse por cientos. Cuando acabó la lluvia pétrea quedó aun más anonadado: en el suelo no había ni una sola piedra, y lo que era peor, ni rastro de que hubieran caído.
Este fenómeno tan intrigante ha sido experimentado por algunos de los habitantes del barrio, sobre todo los campesinos que antiguamente cruzaban el sendero de camino a sus tierras, desde la década de los 40. Y aunque se haya intentado dar una explicación coherente, todas ellas han fallado. Ningún bromista puede cargar con sacos de piedras hasta la ladera sin ser visto, lanzarlas verticalmente a una velocidad endiablada, y recogerlas antes de que impactaran contra el suelo.
Pero son muchos los que relacionan estas constantes lluvias con otros fenómenos que se han dado simultáneamente en el mismo cerro. El interior de la mole rocosa esconde grutas muy profundas donde desde antaño se ha percibido la presencia de animales no catalogados por la ciencia, entre ellos una serpiente de gran tamaño y con cabeza humana, que ha sido perseguida en anecdóticas cruzadas por los antiguos y temerosos habitantes de la población en décadas anteriores.
Y como era de esperar, el fenómeno OVNI no ha sido ajeno a la zona. En diversas ocasiones se ha podido divisar un objeto volador no identificado en las cercanías del cerro de San Nicasio. El aparato circular aparentaba tener el tamaño de un balón de fútbol, y como tal se introducía brillando intensamente entre la maleza, para finalmente salir disparado hacia el firmamento a un velocidad de vértigo.
Pero lo más impactante son esos “seres altos, rodeados de luz, vistiendo ropa ceñida y con expresión amable”, que se han divisado a veces caminando por el monte, y desapareciendo tan espontáneamente como aparecieron. Aunque su visión estuvo precedida de avistamientos OVNIs, los habitantes relacionaban hace años estas apariciones con fenómenos divinos y personajes celestiales.
DANDO UNA EXPLICACIÓN AL FENÓMENO
Teorías en torno a este intrigante asunto hay prácticamente para todos los gustos, sin que hasta el momento exista un consenso entre científicos aunque, eso sí, existen suposiciones que podrían explicar determinados casos.
En la antigüedad, como ya apuntábamos al comienzo de este trabajo, los testigos consideraban las lluvias de objetos extraños como un castigo divino, o incluso como un favor del cielo si el chaparrón era de animales comestibles. Pero entre las teorías heterodoxas, no podemos dejar de lado la extraterrestre, la cual nos propone la idea de que esos seres de otros mundos que supuestamente nos visitan, se harían acopio de diversos animales en sus vehículos espaciales, ya sea para experimentos o alimentación de la tripulación, arrojando después los restos al exterior, lo que pretende explicar las lluvias de trozos de carne y sangre.
Por su parte, el periodista Charles H. Fort presentaba a principios del pasado siglo el teorema de la teletransportación. Hablaba de una energía capaz de hacer desaparecer un objeto de un lugar determinado, y hacerlo aparecer en otro, sin que físicamente hubiera recorrido la extensión intermedia. Esta tesis enlaza con la posibilidad de la existencia de otros mundos dimensionales que, en alguna ocasión, se cruzan, dejándonos rodeados de objetos ajenos a nuestra realidad conocida.
Pero son muchas las hipótesis que se han planteado a lo largo de las últimas décadas, algunas de ellas ciertamente cómicas, como esas bandadas de pájaros que se alimentarían de sapos o peces, y que poco después, al pasar por alguna población, vomitarían el contenido de sus estómagos, cayendo al suelo los animales, milagrosamente vivos. Se comenta también que durante las tormentas, los arroyos que se salen de su cauce pueden ser los culpables de esa transportación de seres acuáticos. También se cree que determinados tipos de animales, en especial las ranas, hibernarían entre el barro, reanimándose al caer una lluvia copiosa. Y en el caso de las lluvias de colores, se podría hallar respuesta en la existencia de polvo, arena o polen en las capas más bajas de la atmósfera.
Aun así, de entre todas las teorías existe una que es la más usada por especialistas y científicos. Nos referimos a los remolinos que se forman en las tormentas, los cuales podrían succionar el agua de los ríos y lagos, o del propio mar, así como su contenido animal, que poco después es descargado sobre lugares concretos cuando el remolino pierde fuerza. Esta hipótesis se ve reafirmada en la gran cantidad de lluvias de animales con poco peso, como peces y ranas, así como en el hecho de que estas precipitaciones vengan acompañadas de una tormenta.
Pero hay datos que los científicos esconden en su manga, y que se contradicen con esta, en principio, razonable teoría. En primer lugar, no siempre estas lluvias están precedidas de tormentas, y mucho menos de la presencia de torbellinos. A veces es una vulgar llovizna de verano. En segundo lugar, si los animales vienen acompañados de lluvia, ¿cómo es posible que los tornados depositen entre las nubes a los animales absorbidos, y que estos permanezcan por un tiempo entre ellas sin precipitarse al vacío? Recordemos que los peces suelen caer vivos, con lo cual su permanencia en el cielo debe ser muy breve.
Siguiendo con esta duda razonable, caso de ser un remolino de gran fuerza, debería arrancar todo lo que encuentre a su paso, y por lo tanto presenciaríamos también insólitas lluvias de perros y gatos. Aunque en la antigüedad se han dado algún que otro caso, es infrecuente, aunque estos animales merodean por doquier. Además, ¿a qué es debida esa selectividad de los tornados? Aunque deberían de barrer todo a su paso, las descargas suelen ser de un solo animal. Podemos encontrar lluvias de ranas, de peces, de caracoles, o incluso de frutas y verduras, pero difícilmente veamos una lluvia mixta de varios de estos elementos. Y como punto final, si el torbellino tiene tal fuerza y brutalidad como para elevar del suelo a diversos animales, ¿cómo es posible que caigan al suelo vivos y en perfecto estado?
Vemos por lo tanto que, a pesar de contar con hipótesis de peso para explicar determinados aspectos de las lluvias insólitas, aun quedan muchos enigmas por aclarar en torno a este gran misterio.
JOSE MANUEL FRIAS
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