La Comunidad de Madrid protege la presa de El Gasco y los vestigios del canal del Guadarrama
Patrimonio incoa BIC los restos del colosal proyecto fluvial que pretendió unir la capital con el Atlántico, durante los reinados de Carlos III y Carlos IV
Carlos Lemaur murió en extrañas circunstancias la madrugada del 25 de noviembre de 1785 en el número 12 de la calle de Silva, en Madrid. Los rumores se encargaron de dar por hecho que, por la forma en la que fue despedido de este mundo –sin honores militares–, pudo haberse suicidado. El teniente coronel del Cuerpo de Ingenieros del Ejército había firmado, solo unos días antes de su fallecimiento, el proyecto más megalómano de cuantos se emprendieron en la época de Carlos III: un recorrido fluvial de 771 kilómetros para unir la capital con el océano Atlántico. De esa idea frustrada solo quedan hoy las ruinas de los primeros 27 kilómetros del canal, ideado para aportar el agua que necesitaba el río Manzanares para ser navegable desde el puente de Toledo, y una presa inacabada, en gran parte derruida, que quiso detener el curso natural del Guadarrama entre Las Rozas, Torrelodones y Galapagar.
Levantada en el Estrecho de Peña, el muro de mampostería de granito ha sido recientemente protegido por la Comunidad de Madrid tras ser incoado, junto con el primer tramo de dicho canal, como Bien de Interés Cultural ( BIC). Patrimonio pretende así conservar, en la categoría de Paisaje Cultural –el primero en la región–, este espacio transformado por la mano del hombre entre 1786 y 1799. Fueron los hijos del ingeniero, Carlos, Manuel, Félix y Francisco, quienes pusieron en marcha la que iba a ser la presa más grande del mundo en su época.
Una tormenta, el 14 de mayo de 1799, dio al traste con el ambicioso plan de conexión navegable desde Madrid hasta Sanlúcar de Barrameda, a través del Tajo y del Guadalquivir. El enorme mordisco que presenta su cara aguas abajo, en el centro, permite imaginar la fuerte tromba de agua que debió precipitar en la zona para hacer añicos la presa y aquel megalómano sueño. Sus ruinas han permanecido así –con dos intentos también fallidos, en el siglo XIX, de aprovechar lo existente para regadío– hasta nuestros días.
Quienes la visitan los fines de semana haciendo rutas de senderismo pueden llegar a comprender la enorme empresa humana que debió suponer su construcción. «Es, precisamente ese, el principal argumento que ha motivado su protección», explica a ABC, la directora general de Patrimonio, Paloma Sobrini. «Se trata de un proyecto de ingeniería histórica de gran escala y relevancia, que inició el desarrollo de las grandes obras hidráulicas de su época. Hoy, se encuentra integrado como elemento singular en el conjunto paisajístico del Parque Regional del Curso Medio del río Guadarrama», añade.
Aunque reconoce que su declaración BIC será un «proceso que se dilate bastante en el tiempo» –se tienen que estudiar todas las alegaciones presentadas por las propiedades privadas que atraviesa el trazado del canal–, destaca la implicación de los tres municipios a los que afecta. «Era una deuda histórica que teníamos con esta joya del patrimonio madrileño», opina.
La protección incluye el Camino de Sirga, que se construyó, de forma paralela, en la margen derecha del canal. Estaba destinado al arrastre de las barcazas y gabarras mediante tracción animal a través de sirgas –maromas–. Asimismo, se han estudiado las obras auxiliares, los acueductos y alcantarillas que se realizaron para salvar el paso del canal sobre numerosos arroyos y barrancos que cruzan el trazado hasta su desembocadura en el río Manzanares.
El aporte de agua del Guadarrama tenía como primer objetivo hacer crecer el caudal del Real Canal del Manzanares, cuya construcción había empezado en 1770. La obra hidraúlica llegó a tener 21 kilómetros completados, con dos embarcaderos, hasta Rivas Vaciamadrid. Aunque funcionó durante casi un siglo –con grandes problemas de navegabilidad–, el proyectó no llegó a culminarse en su unión con el Tajo.
Insuficiencia técnica
Los estudios actuales sobre el fallido proyecto han concluido que la tromba de agua que derruyó parcialmente la presa salvó a la zona de un desaste «aún mayor». Autores como la profesora Teresa Sánchez Lázaro –en su libro «Carlos Lemaur y el canal de Guadarrama». Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos. 1995– destacan las fuertes dudas que el propio Lemaur dejó escritas sobre la viabilidad del proyecto. Su idea inicial era menos ambiciosa: mejorar las comunicaciones del centro peninsular con el sur con un canal desde Andalucía. Sin embargo, la entrada en juego de los intereses del Banco Nacional de San Carlos –que tomó el proyecto como una operación de promoción pública–, y en concreto de su responsable Francisco Cabarrús, obligó a Lemaur a llevar al límite su idea. «La rotura de la presa se hubiese producido incluso con su coronación sellada y terminada, ocasionando previsiblemente un desastre mayor en caso de que hubiese agua embalsada», explican desde Patrimonio.
Pese al estrepitoso fracaso –fueron trece años de trabajos e inversión que se quedaron en agua de borrajas– la historia no resta mérito a la fastuosa empresa humana. «La presa, de haber sido terminada, hubiese supuesto un hito en la construcción en su época. Se trataba de la primera del mundo diseñada con perfil triangular, con 93 metros de altura y 251 metros de longitud», explican. «Nos ha dejado un ejemplo de paisaje extraordinario que debía ser protegido», defiende el consejero de Cultura, Turismo y Deportes en funciones, Jaime de Los Santos. Su presencia, símbolo de la grandes obras de la España de la Ilustración, atrae cada fin de semana a centenares de excursionistas hasta este paraje del curso medio del río Guadarrama, cuyas aguas prefirieron seguir su cauce antes que ascender a la gloria que soñó Carlos III.
Carlos Lemaur, un ingeniero francés en la España de la Ilustración
Carlos Lemaur (Montmirail, Francia, 1721–Madrid, 1785) llegó a España en el marco de uno de los proyectos más ambiciosos del siglo XVIII: el canal de Castilla. El marqués de la Ensenada, ideólogo del proyecto para abrir la meseta castellana al Cantábrico, propició la llegada del ingeniero francés a Madrid en 1750, durante el reinado de Fernando VI. Su gran formación le aseguró en el Ejército el grado de capitán del Cuerpo de Ingenieros –escaló hasta teniente coronel–. Su participación en el canal de Castilla apenas duró 3 años, por la caída de su valedor en 1754. La mayoría de sus trabajos se enmarcan en la época de Carlos III, de la que los historiadores destacan su labor en Galicia. Allí descubrió una vía romana que unió Betanzos con Astorga durante el trazado del Camino Real. El Palacio de Rajoy –sede del Ayuntamiento de Santiago de Compostela– es también obra suya. En 1785 firmó el proyecto del canal de Guadarrama y la presa de El Gasco, del que no pudo ver siquiera iniciar sus obras.
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