ENRIQUE DE VILLENA, EL MARQUES NIGROMANTE por José Manuel Frías
Existen dos vertientes que marcan la biografía de la mayor parte de los personajes que conforman nuestra historia universal: la ortodoxa, muy al uso por los documentalistas conservadores y los cientificistas; y la heterodoxa, tan real como la anterior, pero que tropieza de lleno con el pudor de historiadores que ven en esos pasajes una serie de elementos que, según la lógica extremista, nunca debieron acontecer. Pero los documentos, legajos y viejos relatos de escritores clásicos son tan contundentes como indiscutibles. Tal es el caso de la doble biografía que vamos a conocer en las siguientes líneas, perteneciente a un noble conquense llamado Enrique de Villena, Maestre de Calatrava, cuya otra cara de la moneda nos lo presenta como el más siniestro nigromante de principios del siglo XV.
Nacido en el año 1384 en el seno de una familia noble, el joven Enrique estaba destinado a ocupar altos cargos políticos y a heredar la nada despreciable fortuna de sus progenitores, ya que su padre pertenecía a la casa de Trastámara y Aragón, y su madre era hija del monarca Enrique II de Castilla. Pero todos sus planes de futuro cayeron en saco roto cuando el ya mencionado padre fue derrotado en la batalla de Aljubarrota, siendo despojado de todos los títulos nobiliarios que poseía. Por lo tanto, aquel joven de catorce años que era Enrique, aun manteniendo su notable abolengo, nunca llegó a ostentar el título de marqués por el que siempre fue conocido de manera popular hasta nuestros días.
La espléndida relación que mantenía con la realeza le permitió quedar al cargo del monarca Felipe II, en cuya corte se enamoró de María de Albornoz, mujer de la nobleza poseedora de un buen capital y numerosas tierras, con la que más tarde contrajo matrimonio. Pero pronto llegaría un curioso conflicto: el rey se sintió atraído perdidamente de aquella señora. Felipe II barajó mil y una maneras de desunir aquella pareja, decantándose por un cómico chantaje, consistente en nombrar a Enrique Gran Maestre de Calatrava, a cambio de que este se reconociera impotente, razón suficiente de cara a la ley para anular el matrimonio. Parece que las ansias por ascender políticamente prevalecieron en el joven Enrique, quien aceptó el trato, a pesar de que su impotencia era a toda vista irreal, ya que en numerosas ocasiones se le descubrió manteniendo fugaces relaciones con diferentes mujeres de su entorno.
Un Noble Erudito
A pesar de que las malas lenguas siempre han murmurado adjetivos malsonantes en torno a la figura de Enrique de Villena, nadie puede dudar que era un hombre con grandes conocimientos y dotes de estudio, sintiendo atracción por casi todas las materias de las ciencias y la lengua, especialmente la literatura, hasta el punto de que en el año 1415, cuando es despojado de su titulo de Gran Maestre, decide dedicar el resto de su vida al campo literario, entendiendo que sus dotes apuntaban más por esa línea, que por la militar o política. Retirándose a Valencia, dedica largos años al noble arte de escribir, además de penetrar en los campos de la astronomía y la medicina.
Algunas de sus obras más conocidas son “El Libro de la Peste”, de corte médico, el libreto de poesías “Arte de Trovar”, la novela “Los Trabajos de Hércules”, el famoso “Tratado de Alquimia”, que entraba de lleno en el campo del esoterismo, el tratado de gastronomía “Arte Cisoria”, y “Ángel Raziel”, manual de astrología que fue devorado por las llamas de la hoguera por considerarse blasfemo de cara a la censura de la Iglesia Católica.
Su trabajo en el campo de la literatura no termina ahí, ya que gracias a la figura de Enrique de Villena o de Aragón, y sobre todo al conocimiento que éste poseía de numerosas lenguas, muchas obras clásicas pudieron ser disfrutadas merced a las traducciones que él mismo realizaba. Desde aquel momento, sus contemporáneos pudieron complacerse en lengua castellana de magnas obras como “La Divina Comedia”, de Dante Alighieri, “La Retórica Nueva de Tulio”, de Cicerón, o la popular obra de Virgilio titulada “Eneida”.
Pero pronto serían olvidados los meritos de Enrique en pro de las letras, y gran parte de sus trabajos serían destruidos, ya que a partir de un determinado momento su imagen se vería enturbiada por rumores y leyendas que han perdurado hasta el mismísimo siglo XXI. Extrañas sombras rodearían al “marqués”, siendo conocido desde ese momento por el apodo de “el nigromante”.
El Alumno del Diablo
Uno de los enclaves más plagados de mitos oscuros de la Península Ibérica, es la popular Cueva de Salamanca. Una de las primeras referencias por escrito de la leyenda popular que prevalece en la zona, la vemos reflejada en el libreto de Miguel de Cervantes que tiene por título el mismo nombre de la gruta, y que aunque redactada en tono burlesco, se inspira en los sucesos que presuntamente se han dado en el misterioso enclave.
La cueva se encontraba antaño ubicada en el interior de la iglesia de San Cebrián, abierta a cualquier curioso, pero por miedo a los relatos oscuros que trascendían a la opinión pública, y que llegaron a oídos de la mismísima Isabel la Católica, fue cegada en los albores del siglo XV. Más de un siglo después, la iglesia es demolida para dar paso al palacio del Mayorazgo de Albandea. La cueva, una vez abierta su boca de nuevo, mantuvo el uso de habitáculo donde almacenar viejos enseres. Curiosamente, recientes excavaciones han sacado a la luz en la zona de la cueva, multitud de restos arqueológicos que demuestran que en épocas prehistóricas, el lugar era frecuentemente usado por el ser humano.
Retornando al siglo XV y a la leyenda de la cueva, ésta nos habla de que originalmente la gruta estaba habitada por el poderoso Dios Hércules, donde impartía clases de asuntos ancestrales con sus discretos alumnos. Pero de la noche a la mañana, y como recogen algunas obras anónimas de la época, la figura de Hércules sería reemplazada por la del demonio Asmodeo, que se convirtió desde ese momento en el profesor de tan curiosa academia de piedra. El rumor corrió como un reguero de pólvora, siendo el lugar frecuentado por toda clase de brujas y hechiceros, que buscaban los favores de tan singular personaje. La leyenda se extendió de tal manera, que trascendió a Latinoamérica, donde la palabra “Salamanca” sería desde ese momento relacionada con temas tenebrosos y oscuros.
Cuenta la tradición que el demonio Asmodeo impartía sus clases aprovechando las horas nocturnas, y que solamente podían asistir siete alumnos, que aprenderían diferentes lecciones durante siete años exactos. Pero había un alto precio a pagar a cambio de aprender junto a la figura del demonio, y era que al finalizar el curso y tras un sorteo, uno de los alumnos pasaría a ser esclavo eterno de Asmodeo. Ese era el único pago por el diabólico curso, pero desde luego, debía de salir bastante caro al interfecto.
Cuentan las viejas crónicas que uno de los alumnos aventajados del curso presencial, fue el propio Enrique de Villena. Después de siete años aprendiendo diversas materias relacionadas con el mundo de lo oculto, debió quedarse de piedra al ver su nombre escrito en la papeleta extraída por el demonio Asmodeo. Parece ser que aun así, y gracias a las grandes habilidades que Enrique poseía, logró escapar de las garras del diablo a los pocos días de su cautiverio. Aun así, aquel tenebroso ser tuvo el tiempo suficiente para arrancar “la sombra” al noble marqués, la cual fue encerrada en la cueva. Aquello supuso un mal augurio eterno para Enrique, quedando marcado por la huella de Satanás.
La Doble Muerte del “Marqués”
No sabemos si debido a la maldición del demonio Asmodeo, el final de Enrique de Villena fue sumamente desconcertante. Eso es al menos lo que nos cuentan los escritos de documentalistas de la época, como el caso del cabalista Moisés de León, que recoge una versión nada convencional de la muerte del Gran Maestre de Calatrava.
Pasaba sus últimos años de vida en la judería de Toledo, en un caserón posteriormente atribuido, de forma equívoca, a El Greco. Por aquel entonces se había convertido en un reputado conocedor de las ciencias ocultas, habiendo logrado crear un elixir alquímico capaz de devolver la vida a una persona fallecida. Difería del licor de la vida eterna, puesto que aquel concedía vida infinita sin necesidad de fenecer, y en este caso se trataba de una especie de transmutación de los restos corporales ya muertos, que pasarían a convertirse en un siniestro engendro embrionario conocido como Golem.
Enrique de Villena llegó a un acuerdo con su criado de confianza, ofreciéndole una importante cantidad de dinero, a cambio de que tras su muerte fragmentara el cuerpo y lo introdujera dentro de una enorme recipiente de cristal fabricado a tal efecto, lleno en su totalidad del prodigioso líquido. Durante el tiempo que durara la resurrección, el criado debía ocultar que su amo había muerto.
Llegó el fatídico día, y el “marqués” falleció agonizante en Diciembre del año 1434, víctima de unas terribles fiebres, y profiriendo alaridos como si alguien lo estuviera torturando. Parecía como si el demonio Asmodeo se estuviera cobrando lo que Enrique le debía por sus míticas lecciones. El criado, cumpliendo su palabra, introdujo el cuerpo mutilado en el matraz, y se disfrazó para hacerse pasar por su amo y que todos lo creyeran vivo.
En una de las ocasiones en que fue a oír misa como solía hacer Enrique, se cruzó en plena calle con el vicario, y para evitar ser descubierto, lo saludó sin quitarse la capucha. Unos caballeros que pasaban por el lugar se indignaron ante tal falta de respeto, y obligaron al criado a sacar su rostro a la luz. Viendo peligrar su vida, no tuvo más remedio que contar la verdad, ante la cual los caballeros y el propio vicario se dirigieron temerosos a la casa del fallecido Maestre de Calatrava.
Una vez en el sótano, descubrieron el recipiente con los restos de Enrique de Villena, los cuales se habían unido para dar paso a una formación espantosa, un ser amorfo que parecía palpitar flotando en el líquido. Decidieron por lo tanto que aquello era una aberración y una ofensa a Dios, y entre todos rompieron el matraz y destruyeron a aquel ser de varios certeros hachazos. Por lo tanto, la transmutación total no llegó a producirse, y Enrique de Villena, o lo que quedaba de él, falleció. El Gran Maestre había muerto por segunda vez.
JOSE MANUEL FRIAS
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