El Efecto Woozle, el error en las ciencias que hace que una mentira repetida mil veces parezca verdad
Sólo dos cosas son infinitas, el universo y la estupidez humana. Esta frase falsamente atribuida a Albert Einstein (el teléfono escacharrado hizo que ahora creamos que es suya) representa en sí misma con bastante ironía el fenómeno que vamos a explicar a continuación.
El Efecto Woozle tiene su origen en el uso común de una expresión por parte de una serie de investigadores de ciencias sociales entre los años 50 y 70. Autores como William Bevan o Joachim F. Wohlwill coqueteaban con el término, pero lo terminó de popularizar dentro de su gremio Beverly Houghton en 1979. Había científicos «cazadores de woozles» o misiones en las que tocaba encontrar el «woozle».
El woozle es en origen una especie de gamusino en el universo de Winnie the Pooh. En una de sus aventuras Pooh y Piglet encuentran unas huellas en el camino que asumen son de un woozle. Siguen el rastro buscando al animal durante un largo período, encontrando cada vez más huellas, hasta que finalmente se dan cuenta de que el woozle nunca existió y que se habían pasado el tiempo siguiendo sus propias pisadas dando vueltas sobre sus pasos.
La situación sirve como metáfora de un efecto conocido en la academia y los medios de comunicación: bien por utilizar un estudio mal fundamentado, por tergiversar los resultados de un paper o directamente inventándose unos datos, alguien hace que se dé una idea como cierta, y con el tiempo esa idea se va afianzando como hecho irrefutable, haciendo que asumamos como verdad algo que puede ser mentira. Da igual si el efecto era buscado o no, porque las consecuencias son las mismas en ambos casos.
¿Por qué dices que la mitad de los hogares sufren violencia doméstica?
Cuando Houghton puso el término en boga lo hizo refiriéndose a un caso concreto reciente. En 1974 un investigador hizo un trabajo sobre la violencia doméstica en Estados Unidos, con una muestra de 80 familias participantes en las cuales la mitad de ellas tenían historial de violencia doméstica. Sus resultados determinaron que, de su muestra, el 55% de las parejas habían vivido violencia intrafamiliar.
Posteriormente otro investigador llamado Murray A. Straus citó esa estadística sin contextualizarla para un famoso y renombrado libro sobre la violencia familiar, y a su vez este libro fue citado infinidad de veces. Es eso lo que Houghton y otros investigadores denunciaron como un claro ejemplo de efecto woozle, en realidad no había motivos suficientes para que la gente fuese anunciando por ahí que el 55% de las familias norteamericanas habían vivido algún tipo de violencia.
Asunciones muy similares ocurren, entre otros temas, al referirse a las prácticas sexuales, la prostitución o la trata de personas, campos en los que es muy difícil arrojar luz por su condición de actividad clandestina y por los muchos intereses de distintos grupos por condicionar los resultados.
Los efectos woozles están perfectamente vivos entre nosotros. Hace unas semanas Leyre Khyal y Un Tío Blanco Hetero sacaban un libro en el que, según decían, desmontaban distintas aseveraciones sobre la ideología de género. Citaba UTBH un popular estudio del psicólogo Simon Baron-Cohen del año 2000 sobre las reacciones de los neonatos cuyos resultados se han citado al menos 527 veces según Google en otros estudios. Según su investigación, las recién nacidas niñas miraban más a rostros humanos que los bebés varones, que miraban más objetos móviles.
Con el tiempo se descubrió que de esa muestra de 128 bebés los investigadores conocían originalmente el sexo de muchos de los niños (lo que condicionaba a los investigadores a interpretar sus gestos de unas maneras u otras), y que, pese a que el investigador dijo que sus resultados iban «más allá de la duda razonable», ni la mitad de los niños habían decidido mirar el móvil y menos niñas aún miraron las caras humanas, algo lógico si reconocemos la limitada capacidad de visión y atención de bebés de días de vida.
Ni Baron-Cohen ni otros han sido capaces de replicar el fenómeno en otros estudios, una de las bases del método científico; sin embargo, su estudio sigue fundamentando en la actualidad los argumentos de los científicos defensores del determinismo, pisando así un camino de huellas que ellos mismos han colocado.
Como podemos comprender, el principal riesgo de caer en un efecto woozle es el del sesgo de confirmación. El pensamiento tribal y la tendencia a apoyar nuestras propias creencias hacen que nos sea más fácil aceptar como válido algo que encaja en nuestras creencias previas, mientras que cuando vemos una afirmación que las hace tambalear es más fácil que vayamos a contrastar los datos para ver si podemos refutarla. He ahí por qué es valioso que, tanto en ciencias como en nuestra vida diaria, nos rodeemos de personas y fuentes contrarias a nuestro propio pensamiento.
Los impostores habituales (a los que ayudamos los periodistas)
Pero el fenómeno no se limita a los resultados científicos, también están vinculados a nuestro conocimiento de la historia. Otro caso más o menos famoso es el de Geraldine Hoff Doyle, una mujer que, por un equívoco causado por su aparición en una fotografía antigua en una pose similar, se creyó que era la modelo original del famoso poster americano We Can Do It!, también conocido como Rosie the Riveter.
Después de que esta mujer permitió que se le arrogase el mérito, el resto de medios lo dio como cierto. La falacia duró hasta 2015, cuando el estudioso en propaganda James J. Kimble demostró que Doyle aún debía estar en edad de ir al instituto en los años en los que se creó el cartel y terminó por encontrar que la mujer original del famoso anuncio fue la trabajadora Naomi Parker.
A un nivel más coloquial, es de lo más habitual que los medios metidos en la espiral de la actualidad metamos la pata a la hora de informar y pongamos en riesgo a la población de tragarse un efecto woozle. Por poner otro ejemplo reciente, los medios holandeses contaron hace un mes cómo Noa Pothoven había muerto de forma asistida en su casa en una camilla hospitalaria, y cómo algunos políticos habían ido a verla a su casa antes del suicidio.
Una mala traducción de la noticia original provocó que cientos de medios anglosajones e hispanohablantes contasen que el Estado holandés había dado el consentimiento para provocarle la eutanasia asistida, cosa que luego se desmintió. Algo así no es necesariamente un efecto woozle, pero sí lo sería si, a partir de esta anécdota falsa, medios o personajes públicos empezasen a predicar que en Holanda se ayuda a suicidarse con ligereza a menores de edad.
Como bien sabemos, uno de los problemas agregados de los bulos es la falta de recorrido que tienen los desmentidos posteriores, por eso es muy alta la responsabilidad que ostentamos los medios, queramos o no, a priori, al servir de parapeto para no propagar estos enredos que acaban por modificar nuestra visión del mundo.
FUENTE